Photo: Luis de la Paz |
Quizás muchos consideren memorable y sobrecogedora la lectura que ofreció la escritora cubana Magali Alabau (Cienfuegos, 1945) en la Feria del Libro de Miami del 2012. Su decir, y la forma de transmitir poemas que parecen alimentarse de sus propias vivencias, conmueven al lector.
Magali Alabau, además de escritora, ha sido actriz y directora de teatro. Tiene ganado un sólido sitial entre las voces poéticas más sólidas cubanas de Hispanoamérica. Entre sus obras destacan Electra y Clitemnestra, La extremaunción diaria, Hermana, Hemos llegado a Ilión, Liebe, Dos mujeres y Volver. Reside en la memorable Woodstock, ciudad que marcó un giro en la sociedad norteamericana.
1.–¿Quién es, cómo es, Magali Alabau?
—Yo soy la que no canta a la esperanza… digo en uno de mis poemas. El escrutinio de mis acciones o las de otros me mantiene despierta. El insomnio magnifica todo. Soy afortunada porque la causa de esta cierta acritud proviene de mi afán de obtener consciencia de lo que observo, pienso y siento. Uno no puede aspirar a una identidad espiritual sin sentir el sufrimiento de otros (incluyendo el del reino animal, por supuesto). No soy pesimista. Siempre frente a mí se presenta la posibilidad de cambio.
2.–Tu libro Volver tiene una fuerza vivencial aplastante. Háblanos de ese libro, que creo el más personal de todos.
—Volver trata de exilio. Uno o una puede sentirse exiliado de un país y también del mundo. Es un desajuste, la persona no es feliz donde se encuentra. No hablo de ser, hablo de sentir. Este sentimiento puede ser temporal o permanente. Volver trata del regreso a través de la memoria de hechos reales, su persistencia. Es un testimonio de alguien que se fue de su país porque no existía futuro, porque tenía miedo, porque la oficialidad la calificó de enferma, de desviada y hasta le hicieron tomar un test en Mazorra, el lugar donde su hermana enferma residía hacía años con el propósito infame de intimidarla. Dentro del poemario no sólo examino los eventos en Cuba, sino mis primeras experiencias en Miami y Nueva York. He vivido más tiempo en los Estados Unidos que en Cuba. ¿Cómo es posible que me sienta ajena a esta cultura y tan cercana al lugar donde nací? Creo que la respuesta estriba en el lenguaje. Nunca lo abandoné. No lo pude abandonar. En Volver se percibe ese malestar.
3.–Estuviste un tiempo sin publicar poesía y en los últimos años ha habido un marcado regreso. ¿Qué te alejó y qué te hizo volver?
—Visitar a Cuba en los 90’s, después de más de 20 años de ausencia, suscitó un cambio de percepción, me volví más vulnerable. Vi tanta desolación, ruinas. Escribí Hemos llegado a Ilión atestiguando lo que vi. Observar tanta desesperanza despertó una etapa en mi vida que persiste y que me ha hecho, creo, mejor persona. Al mismo tiempo, mi compañera y yo comenzamos a recoger animales abandonados, fuera ya porque los dueños no los querían o porque los encontrábamos en la calle. Tuvimos que mudarnos a Woodstock, al campo, y, aunque seguíamos trabajando en oficinas, ajustamos nuestras vidas a estas adopciones. No escribí más. Además, tenía un trabajo entre abogados y computadoras que no me permitía realizar nada con excepción de aprender programas de computación. Me retiré a los 62 años. Un día comencé a soñar con una amiga poeta, Maya Islas, que siempre me recordaba mi vocación poética. No la veía desde hacía muchos años, y nos conectamos. Comencé a escribir Dos Mujeres y desde entonces escribo.
4.–Llevas años lejos del teatro, donde te desempeñaste como actriz y directora. ¿Has pensado en regresar a las tablas?
—No. Es historia pasada.
5.–Vives en Nueva York, pero no en ese Nueva York agitado, idílico y urbano, sino bien en las afueras, en el campo. Cuéntanos de tu vida off off New York.
—Viví 28 años en Manhattan. Desde el 1996 vivo en Woodstock. Escogí el lugar, porque llegué de Cuba en el año del Festival de Woodstock, en esa era. Hay referencia a Janis Joplin en un poema de Volver. Pero más que todo porque es un pueblo liberal y se aprecian a los animales. Los shelters cercanos son No Kill shelters. Woodstock es un pueblo muy pequeño. Hay varias librerías, una biblioteca, un festival de cine que cada año presenta nuevos films de jóvenes directores, restaurantes vegetarianos, cafés donde te puedes sentar con un laptop por horas y sobre todo prevalece cierta filosofía anárquica que me gusta. Hay un Farmer’s Market todos los miércoles y un famoso flea market los domingos. Boutiques, turistas. Se cultiva la metafísica. Hay lecturas de Tarot en las calles y hay clases de chanelling, yoga, reiki y todos sus derivados. Existe un monasterio budista en lo alto de una montaña que el Dalai Lama ha visitado. Es un pueblo oficialmente dedicado a las artes. Frente a nuestra puerta llegan ciervos, oposums, pájaros, entre ellos cardenales y colibríes, ardillas y chip monks. Los racoones nos visitan todas las noches menos en invierno y les damos avena con leche. También hay un oso negro que nos visita, creo que es el mismo, llega a principio de julio y se va exactamente el 31 de agosto. Por supuesto, le servimos sándwiches de peanut butter y miel pero nos mantenemos a cierta distancia. Esta es la fachada del pueblo donde resido. Ahora bien, realmente no tomo ventaja de estos beneficios. Me gustaría vivir en Cienfuegos, en el último caserón de madera, en la misma punta de Punta Gorda, rodeada por el mar.
No comments:
Post a Comment