En La Habana, en enero, hace calor.
El hotel en que me hospedo desemboca al mar.
Abro la puerta de este lujoso, tan nefasto
también tan necesario,
abro la puerta del balcón
y miro al mar.
Tímidamente nos reconocemos.
El mar no es como yo,
lanza sus brazos blancos,
quiere que me deje arrastrar hacia su orilla,
abrazarme, darme la bienvenida.
Náufrago, qué haces por acá, vas tan perdido.
¿Cuál es tu roca? ¿Cuál es el azul que te permite sonreír?
Frente a mí qué caminata quita el pésame de cada gesto.
¿Cuál de mis grises llevarás en el recuerdo?
Todos los que vuelven de visita consagran su vista
en este pedazo de lienzo azul detrás de torres: Malecón,
aquí nadando están los nombres que me detiene descifrarlos
el musgo, mirar intensamente la piedra bajo el agua,
querer trazar el horizonte de otro día,
arrinconar las latas de bebidas vividas
por tus nocturnos visitantes.
Aquí está el primero que dijo yo me marcho.
El que trazó con silencioso afán su itinerario.
El que planeó la ayuda de tus conchas,
el que escondido se sintió molusco y hombre
decidiendo futuros.
Mal concebidos fueron sus letargos en la espuma,
mal recogidos sus secretos.
No contaron con tu anchura sin límites
ni el poderío de las olas crecientes inundándole el buque.
Mar, me hiciste un pequeño barquito de papel
donde navego perdida, tapizando la arena
con miles de reproches.
Las cadenas y el aire me llevan, me alejan de tu vientre.
¿Dónde has guardado mi iniciación, mis ritos juveniles,
por qué perdí la espuma, el agua infantil que tus playas
prendidas de recuerdos, me impulsaron al fondo, a conocerte?
¿Te acuerdas de mis pies,
de la caricia de tus gotas en mis hombros?
Magali Alabau nació en Cienfuegos en 1945. Sus últimos libros publicados son Dos mujeres(Betania y Centro Cultural Cubano de Nueva York, Madrid, 2011) y Volver (Betania, Madrid, 2012). Este poema pertenece al libro Hemos llegado a Ilión.