Presentación de su libro Cuerpos al borde de una isla.
Lunes 27 de septiembre de 2010 / Centro Cultural Español, Coral Gables, FL.
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A mi gran amigo Roberto Valero,
que siempre me animó a publicar mis memorias de Mariel
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Este libro que hoy presento, Cuerpos al borde de una isla, es una especie de exorcismo, un intento por sacar a la luz y objetivar una parte opresiva de mi memoria: los incidentes de mi salida de Cuba en 1980 durante el éxodo de Mariel. En otras palabras, vivencias que no quisiera haber tenido. Escribir este relato y publicarlo era un deber ante mi propia conciencia, un deber que me atrevo a calificar de higiénico. Aunque Borges dijo con exquisita elegancia que si no fuera por el olvido todos estaríamos locos, yo estoy más bien del lado de Freud y de Jung: debemos desenterrar de las sombras los hechos traumáticos y enfrentarlos, no sólo porque eso nos despojará de muchas obsesiones y lastres, sino porque en esos panoramas dolorosos se descubren a menudo las claves del presente. En mi caso, llegar a realizar ese exorcismo no ha sido fácil ni rápido. Me ha tomado tres décadas establecer con esa parte de mi vida una relación saludable y despejada, y reflejarla en un texto con aplomo y tranquilidad.
Cuando llegué a Nueva York en junio de 1980, tan sólo dos semanas después de haber desembarcado en Cayo Hueso, empecé a contar los incidentes de mi pequeña “odisea” a una gran amiga mía, Ana María Simo, que había salido de Cuba mucho antes, en 1967. Ella enseguida me dijo: “Tienes que apuntar todo eso, porque si no, lo vas a olvidar”. Y empezamos entonces a reunirnos varias veces por semana para que yo le siguiera relatando las escenas de mi salida de la isla y ella fuera grabando nuestro diálogo en casetes. Llegamos a reunir más de 20 casetes, que aún conservo.
Luego vino mi etapa de adaptación a Nueva York, mi búsqueda de vivienda y de mejores trabajos, vino la revista Mariel entre 1983 y 1985, y por último me dediqué a la tarea de reunir en un volumen algunos de mis poemas escritos en Cuba durante casi 20 años de ostracismo con los primeros versos que había hecho en Estados Unidos. Ese libro, El buen peligro, salió a la luz en Madrid a mediados de 1987. Sólo a fines de ese año fue que pude ponerme a transcribir los casetes que había grabado en casa de Ana y empecé a estructurar la primera versión de mi testimonio sobre Mariel.
Lo que fue saliendo era un texto muy distinto del que hoy ustedes tienen ante sí. El tono era más lírico y subjetivo, la estructura no funcionaba como relato en sí, sino como un largo poema en prosa. Desde luego, esa versión reproducía fielmente la relación sentimental, o incluso neurótica, que yo aún tenía con el material de los casetes: las imágenes todavía generaban en mi mente la nostalgia y la inseguridad con que vemos los recuerdos demasiado próximos; aún primaba en mí cierto pudor, cierta resistencia a revelar con crudeza muchos aspectos de mi experiencia. Además, debo admitir que la capacidad de catarsis y de introspección que yo tenía en esos momentos era limitada. Así y todo, terminé esa primera versión a fines de 1989 y la presenté en algunos concursos; no tuve ninguna suerte. Mostré el texto a varios lectores experimentados, no sólo cubanos, y ninguno de ellos mostró especial interés.
Sólo algunos artistas que también habían llegado por Mariel elogiaron mi trabajo y me animaron a publicarlo. Entre ellos, debo mencionar a dos: el pintor Jesús Selgas [que ahora se firma Cepp Selgas, cuyo cuadro “Confluencia” aparece en la portada de esta primera edición] y el poeta Roberto Valero, fallecido en 1994. Selgas, por ejemplo, tras leer todo el texto tomó unas líneas y las colocó en un lienzo espléndido que pintó por esos días, inspirado en la imagen tradicional de la Virgen de la Caridad que yo evoco en uno de los pasajes del relato. Valero se leyó el manuscrito con mucho interés y me dijo varias veces: “Tienes que publicarlo, Rey, ahí está el testimonio resumido de cada uno de nosotros.” Pero eran otros tiempos, las dificultades para publicar eran inmensas: ningún editor se decidió a difundir aquel texto de 1989. Después, otras cosas fueron absorbiendo mi atención.
Cepp Selgas / A Gift to My Mother / Oil on muslin / 55x24in. / 1988.
Texto incorporado a la obra, tomada del capitulo, A ciencia cierta:
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...bajo un manto azul, rígido y brillante como si fuera de metal, el cuerpo de una mujer de piel oscura elevado en los aires...Debajo, sobre las olas inauditas, había un viejo bote de madera, casi infantil en medio de la espuma, en el que tres hombres asombrosos batallaban por navegar.
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El manuscrito se quedó reposando en un anaquel de mi biblioteca y volvió a cobrar
vida este año, en que alcanzamos el trigésimo aniversario del éxodo. Desde enero, varias instituciones y amigos me han estado invitando a diversas actividades de conmemoración. Un día de febrero, me surgió la idea de recuperar la primera versión del relato y ver qué se podía hacer con ella. Como el manuscrito estaba mecanografiado, ya que en el 89 no teníamos computadoras, el primer paso consistió este año en pasar a formato digital aquellas páginas, que eran más de doscientas. En ese proceso de transferir el texto a la computadora, pronto fui descubriendo que mi relación emocional e intelectual con el material reflejado en aquellas páginas se había alterado considerablemente. Los 30 años transcurridos no habían pasado en vano: yo conservaba recuerdos fieles de los hechos, pero ahora lo veía todo desde una perspectiva menos angustiosa.
Eso me permitió empezar a formular una nueva versión y darle un tono más anecdótico y flexible. Poco a poco, fui limpiando la narración de elementos demasiado subjetivos que pudieran quitarle dinamismo. Mi propósito era que se pudiera leer como una novela, pero que no perdiera su carácter testimonial. Después fueron apareciendo por su propio peso ciertos pasajes irónicos, algunas peripecias más o menos jocosas, elementos que nunca estuvieron presentes en la versión de hace 21 años. En otras palabras, me di cuenta de que, en alguna medida, el desgarramiento había empezado a cicatrizar. No a perder su injusticia ni su dramatismo, sino sencillamente a cicatrizar. De lo cual me alegro, pues eso significa que aún no he muerto y que mi vida se ha enriquecido con otras perspectivas.
Ahora que el libro está fuera de mí, publicado maravillosamente por la Editorial Silueta, siento un gran alivio, como si mi mente se hubiera vaciado de los peores fantasmas de Mariel. Ahora esos fantasmas siguen gesticulando, pero ya están fuera de mí, y aunque siempre serán una terrible advertencia, al objetivarlos en este relato los he alejado, los he vencido. Ahora puedo recordar los incidentes de mi salida con aplomo, y hasta con cierta mesurada satisfacción; los puedo ver como lo que fueron en definitiva: las etapas de una liberación.
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Reinaldo García Ramos
Septiembre de 2010
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